La fortaleza mental es una cualidad indispensable para superar situaciones adversas. Pero a veces, la desventura se estampa en nuestra vida con demasiada antelación. Hechos que marcan de por vida y que forjan la mente de los espíritus más luchadores.
Con tan solo cinco años de vida, un accidente provocó la amputación de tres dedos de la mano derecha de una niña búlgara llamada Yordanka Donkova, quien 22 años después lograría el récord del mundo en la modalidad de 100 metros vallas. Lo hizo, además, en su país natal -Bulgaria- un 20 de agosto de 1988. Su marca, 12 segundos y 21 centésimas, aún permanece imperturbable.
Del colegio a las vallas
De carácter tímido, Donkova se refugió en la música y en el deporte para superar sus complejos. A los nueve años empezó a trabajar con su entrenador personal -el único que tuvo en toda su carrera- y poco a poco, esta atleta nacida en Yana -un pueblo situado al este de Sofía- fue puliendo su gran cualidad: la rapidez.
Su primera aparición en el panorama internacional se produjo cuanto tenía 18 años, fue su debut en unos Juegos Olímpicos: los de Moscú 1980. Pagó la inexperiencia con la eliminación en semifinales, pero tan solo un año más tarde ya bajó sus registros por debajo de los 13 segundos.
A partir de ese momento, la búlgara fijó su punto de mira en los 12,36 segundos que la polaca Grazyna Rabsztyn logró en ese mismo año, la mejor marca registrada por entonces. Pero cuando todo hacía indicar que su proyección sería imparable y que su presencia pondría muy caras las medallas de las grandes citas, la adversidad volvió a fustigarle. Esta vez en forma de lesiones. Primero impidiéndole participar en los mundiales de Helsinki (1983) y posteriormente con una lesión de rodillas que le alejó de los entrenamientos debido a un prolongado tratamiento.
Lejos de bajar los brazos, Donkova tiró de su fuerza mental -como cuando tenía cinco años- para salir adelante y emplearse al máximo con el objetivo de volver a las pistas a su mejor nivel. Lo logró; la búlgara solo tardó un año en volver a aparecer en los titulares de la prensa deportiva. Tras resurgir en Sofía, igualando el récord del mundo, una soberbia actuación en Colonia (Alemania) le hizo batirlo por dos veces consecutivas. Días después se alzó con la medalla de oro en los europeos de Stuttgart. Tres semanas le bastaron para resarcirse y situarse en la élite del deporte europeo.
El año dorado
12 segundos y 29 centésimas se convirtieron en su mejor marca, y la que todos querrían batir a partir de ahí. Pero Donkova nunca se conformó, ella es un claro ejemplo de superación y aún le quedaba la espina clavada de los Juegos Olímpicos. En los de 1984 no pudo asistir debido al boicot que su nación sufrió por los países del Este, pero en 1988 la historia del deporte tenía una plaza reservada a su nombre. Seúl fue testigo de cómo Donkova se coronó en la final de los 100 metros vallas con la medalla de oro.
Aquella joven de 67 kilos y 1,75 metros de altura le sacó la friolera de 32 centésimas a su inmediata perseguidora en la final, la alemana oriental Gloria Siebert. El mundo del atletismo se rindió a los pies de esta humilde atleta que nunca se consideró una heroína nacional pese al tremendo orgullo que por ella sintieron sus compatriotas. Ella solo sonreía, saltaba de alegría; por fin la vida saldó la cuenta pendiente que tenía con ella.
Un año para la historia el de 1988. Campeona olímpica en Seúl y poseedora de la mejor marca registrada hasta la fecha en los 100 metros vallas. 12 segundos y 21 centésimas que logró cuajar aquel 20 de agosto en Stara Zagora (Bulgaria).
Tras ello, Donkova mantuvo un digno nivel hasta su retirada en 1995, con 33 años. En 1992 volvió a ser protagonista en unos Juegos Olímpicos: los de Barcelona 1992, donde logró la medalla de bronce. Su retirada fue como ella, discreta, a pesar de ser la mejor vallista de la historia. La educación física pasaría a ser su principal ocupación laboral.